Alianzas, matrimonios, deificaciones, pactos entre culturas, organización de combates de gladiadores, adulterio, incesto… y asesinatos. Todo aquello tenía un porqué en la antigua Roma: el poder. El poder corrompía al ser humano. Solamente la palabra ya lo hipnotizaba. Agripina, madre de Nerón, la misma que solicitó que Séneca educase a su hijo, murió asesinada. Y, según los acontecimientos que narran los historiadores antiguos con respecto a la dinastía claudia, Séneca tuvo algo que ver en ese asesinato. Se trata de una de las controversias más complejas a la hora de pormenorizar su contexto.
Según Dión Casio, Séneca pareció empujar a Nerón directamente al matricidio, sin ofrecer más datos que analizar. Sin embargo, Tácito ofrece información más consolidada a raíz de dos personajes opuestos que cita el mismo historiador: Cluvio Rufo y Fabio Rústico. Ambas fuentes de estos personajes comparten un núcleo de unión, el cual consiste en un posible incesto del propio emperador y su madre.
Fabio Rústico no era un personaje cualquiera, sino un fiel seguidor del estoicismo de Séneca. Él mismo comentaba que Nerón, al crear tendencias a punto de desatar la lujuria entre él y su madre, Séneca no encontraba ninguna solución salvo incitar a su rey al asesinato de Agripina con el propósito de evitar dicho incesto pernicioso. Pero Cluvio Rufo no opinaba lo mismo. Él sostiene que era Agripina y no Nerón quien lo tentaba con sus habilidades seductoras, de forma que Séneca contemplaba un duelo entre él como tutor y Agripina como madre. Ambos recurrían a sus propios medios para un mismo fin: conquistar el ánimo de Nerón. Los preceptos filosóficos frente a la perversión lujuriosa por otro. Mantenimiento del orden político frente a la corrupción carnal. ¿Solución? Muerte de Agripina.
La visión general, incluida la de Tácito, apunta a la versión que ofrece Cluvio Rufo. De hecho, incluso la opinión pública atribuía a Séneca la redacción del discurso que Nerón pronunció sobre la confesión y justificación de este delito. Si ya existían tensiones entre la madre y el maestro del emperador confirmadas por estos datos, el hecho de que Séneca estuviera implicado en la muerte de Agripina nos resulta difícil de negar. Pero ya no hablamos de una cuestión de celos. Como hemos comenzado, hablamos de poder.
Séneca no se dormía en los laureles. Por una parte, él mismo sabía que Agripina no cejaba en su empeño de gobernar y que disponía de fuerzas espeluznantes tanto entre el pueblo y el ejército que veían en ella nada más que a la hija del venerado Germánico[1]. Incluso, tal como se ha especulado en ocasiones, se dice que fue Agripina quien en realidad de extranjis se hacía cargo del poder imperial que dirigía su hijo. De esta manera, Agripina jamás perdonaría a Séneca el haberle arrebatado de su mano las riendas del poder para ponerlas en las del senado.
Los años de preparación, las intrigas, las horas de incertidumbre y de zozobra que ella había pasado para ganarse a Claudio con el fin de conseguir que éste adoptase a Nerón, que Nerón se casase con Octavia y que así fuese designado sucesor en perjuicio del dulce y melancólico Británico; los preparativos y la ejecución del regicidio… todo habría sido en balde, porque en el momento decisivo se habían vuelto contra ella su hijo y los dos preceptores, Séneca y Afranio Burro, que ella misma había elegido con tanta cautela. Todos estos crímenes y planificaciones que destrozaron por completo su dignidad humana —al igual que la de muchísimos gobernadores en otros años— no habrían servido para nada más que para eso: perder su esencia. Al conocer todos los defectos de su hijo, Agripina no tenía alternativa: seducirlo y chantajearlo. Séneca tampoco la tenía: corroborar su asesinato.
Nos damos cuenta de que ambas acciones constan de razones puramente políticas. Séneca pretendía formar un nuevo gobernante, por lo que su relación con el emperador necesitaba ser sólida a fin de inculcar a su pupilo los preceptos morales estoicos apropiados, objetivo difícil de conseguir si se interponían obstáculos. Así como él mantenía dicho objetivo, Agripina no estaba dispuesta a que los mentores elegidos le arrebataran a su hijo y el poder de su principado. Sin embargo, sea cual sea la versión más plausible, el filósofo no queda disculpado de su complicidad en dicho asesinato.
Nada son celos. Todo es poder. Y Séneca deseaba tanto mantener el poder de su filosofía que fue capaz de aceptar la muerte planificada de la madre de Nerón. ¿Somos capaces de observar hasta qué punto, a veces, sería necesario deshacernos de todo lo que nos corrompe?
[1] Sabemos muy bien que la posición de la mujer en la antigua Roma era sumamente inferior al que observamos en la actualidad. Ahora bien, pese a estas circunstancias patriarcales, las mujeres pertenecientes al linaje de los gobernantes, como la madre de Nerón, en este caso, gozaban de un rol privilegiado.
Artículo escrito por Daniel Arenas.
PD: Este artículo pertenece a una serie de 5 artículos relacionados con las contradicciones de Séneca. Aquí te dejamos enlazados los demás. Esperamos que te gusten.
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