Ya comenté en un artículo, enfocado especialmente en el tratado Sobre la ira y en pasajes de Epicteto, cómo gestionar nuestra reacción ante cualquier crítica. Ahora, cabe plantear esta cuestión en sentido inverso: ¿qué pensaban los estoicos sobre criticar? También la persona que critica debe seguir unos criterios.
Al vivir una época en la que la libertad de expresión significa «decir lo que nos da la gana», pensamos que podemos criticar de la forma que nos apetezca. Y no es así. De hecho, parémonos a pensar no en lo que decimos ni cómo lo decimos, sino por qué. ¿Por qué criticamos a nuestro amigo? ¿Por qué criticamos a nuestro compañero de trabajo?
La propia intención de nuestra crítica ya nos encamina a decirlo de una forma u otra: constructiva o humillante. Si nuestra intención es criticar a nuestro amigo, por ejemplo, porque deseamos que cambie algún rasgo que consideramos importante, entonces nuestra crítica gozará de sinceridad y la pronunciaremos de manera aliciente. En cambio, si criticamos porque deseamos reírnos de él, deseamos que se sienta humillado y, por tanto, nosotros superiores, nuestro comentario será desagradable no porque la otra persona sea sensible, sino porque nuestra intención ha sido atacar.
Curiosamente, solemos recurrir a ese tipo de críticas para ocultar defectos que conocemos en nosotros mismos. Por ejemplo, una persona suele criticar a otra porque no se encuentra a gusto con su trabajo o su situación amorosa. Otra persona porque no consigue cumplir con los propósitos que se plantea en su vida. Y otra porque es su única manera de dar sentido a su forma de vivir.
En este momento es cuando acudimos a Séneca:
La sabiduría es un arte: debe apuntar a un blanco seguro, escoger a quienes ha de aprovechar, apartarse de aquellos que no le han merecido confianza, pero sin abandonarles en seguida, e intentando en la propia desesperanza remedios extremos.
El primer punto era ser conscientes de la intención con la que criticamos. El segundo es el que nos comenta Séneca: escoger a quién. En todo nuestro entorno, habrá personas que desearán escuchar nuestras opiniones a fin de mejorar algún aspecto relevante de su vida. Sin embargo, otras personas no se dispondrán a tolerar ni una palabra de nuestra aportación. Por esta razón, es fundamental que nuestra crítica sea siempre constructiva y que estemos preparados para aceptar que algunas personas no quieran recibirla.
Supongamos que la crítica se asemeja a una bronca que echamos a nuestros hijos. Sobre ello, Séneca nos comenta:
Hay que apartar a la infancia lejos de la adulación: que oiga la verdad. Y que sienta temor a veces, respeto siempre, que se ponga en pie ante sus mayores. Que no intente conseguir nada mediante la iracundia: lo que se le negó cuando lloraba, que se le ofrezca cuando esté calmado. Y que tengan las riquezas de sus padres a la vista, no a la mano. Que se les reproche lo mal hecho. Será pertinente al propósito proporcionar a los niños unos preceptores y pedagogos pacientes: todo lo que es tierno se amolda a lo que tiene más cerca y crece a su semejanza.
Cuando criticamos de verdad, queremos que la otra persona escuche la verdad. O, al menos, la verdad percibida por nosotros. Y criticar de verdad se trata de algo semejante a educar. Aquí, entonces, encontramos el tercer punto: la verdad.
Aunque verdad suponga un término muy complejo a nivel filosófico, si vamos a construir una crítica es primordial basarnos en un mensaje que hayamos meditado previamente. Por ejemplo, si voy a criticar a alguien por sus hábitos alimentarios, previamente conoceré datos sobre su vida (por qué no sigue hábitos de alimentación saludables, qué le gusta y qué no le gusta del deporte, en qué actividades distribuye su tiempo diario…) y le aportaré información que yo considero fiable (estrategias para adquirir poco a poco una vida activa, recomendación de algún profesional sobre nutrición y deporte, etc.). Con estos datos, formaré una crítica que pueda serle muy útil en lugar de decirle que es un vago y que deje de comer tanta comida basura. La clave es transmitir que pronunciamos dicha crítica porque deseamos lo mejor para esa persona.
Los estoicos eran criticones. Mucho. Sin embargo, ¿sabes por qué dominaban la crítica? Porque la aprendían criticándose a sí mismos. Se autoanalizaban de manera sana, sin dañar su autoestima y aportándose comentarios y reflexiones que mejorasen su integridad. ¿Qué crees que hizo Marco Aurelio con sus Meditaciones? Cuando aprendemos a criticarnos a nosotros mismos, sabremos criticar a los demás. Y, para ello, hemos de contar con una buena intención, una buena disposición a escuchar y, sobre todo, atender a la verdad.
Aunque no lo veamos tan sencillo al vivir en la era de la crítica y la ofensa, bien es cierto que una persona que sabe criticar goza de mucho carisma. Y tú puedes convertirte en esa persona.
Deja una respuesta