La epístola 95 fue una de las cartas más extensas que Séneca escribir en su conjunto de epístolas. En esta carta, concretamente, desarrolla muy en profundidad lo importante que resultan los principios morales en una corriente filosófica. Como sabemos, no habla de una corriente cualquiera, sino del estoicismo: la corriente que persigue la verdad de acuerdo con la naturaleza de las cosas y del mundo. La corriente que, mediante sus principios morales, distingue qué es bueno y qué no, qué es beneficioso y qué es perjudicial, qué nos corresponde como seres humanos y qué es ajeno a nuestra facultad racional.
Sin embargo, cabe preguntarnos: ¿por qué defiende los principios filosóficos de esta manera? Fácil: porque nadie del pueblo romano en su época lo practicaba. En la época de Séneca, o bien no existía un sentido de vida o bien el sentido de vida de un romano consistía en el mayor error de todos: imitar a los demás.
Un romano, en esos años, hacía lo que hoy correspondería a hacer lo que los demás hacen. En la actualidad, las RRSS y otros medios —programas televisivos, libros-basura de autoayuda e incluso conversaciones cotidianas— nos conducen con frecuencia al mismo pensamiento: «me siento mal porque este/a es x y yo no», «no me gusto; quiero ser como esa persona», «si no hago x o no soy z me criticarán; no valdré para nadie»… ¿Solución instantánea? Imitar a los demás. Craso error.
En el comienzo del tratado Sobre la vida feliz —también titulado Sobre la vida dichosa o De la felicidad—, Séneca posiciona la «opinión común» como un camino resbaladizo que siempre nos separa de nuestro verdadero objetivo: crecer. Cuando decidimos en función de lo que los demás opinan de nosotros, no crecemos, sino que somos arrastrados de un lado a otro y solamente damos vueltas sin movernos del mismo lugar. Por esta razón, Séneca escribió en la carta que he dicho:
Nada queda claro a quienes siguen la más insegura de las normas: la opinión pública. Si pretendes querer siempre las mismas cosas, es preciso que quieras la verdad. No se llega a la verdad sin los principios: ellos abarcan toda la vida. El bien y el mal, lo honesto y lo torpe, lo justo y lo injusto, lo piadoso y lo impío, la virtud y la práctica de la virtud, el disfrute de comodidades, la consideración y el honor, la salud, las fuerzas, la hermosura, la agudeza de los sentidos: todas estas cosas precisan de alguien que las evalúe. Se debe saber qué valor hay que asignar a cada una en el censo.
Apliquemos sus palabras a dicha situación. Si quieres siempre las mismas cosas —buena forma física, dinero, trabajo, buenas relaciones sociales, calmar dolores corporales… cualquier cosa—, es preciso que desees la verdad. Dicho de otra manera, es preciso que desees definir bien tus verdaderos propósitos.
Después de definirlos con la mayor precisión posible, estos propósitos deben fundamentarse en unos principios. Estos principios consisten en distinguir qué te aporta y qué no de acuerdo con tus objetivos. Preguntas a ti mismo/a como «esto que tengo delante, ¿me favorece o me frena para alcanzar mi propósito?» es un buen ejemplo de ello.
Y, por último, para sentirse realizado/a, no es cuestión de conseguir un propósito por el hecho de que otras personas también lo tengan, sino porque ese propósito define tu razón de ser al existir coherencia entre tu propósito y tus cualidades. Se trata de un propósito que te define, te completa. Un propósito que te empuja a levantarte cada mañana y pasar a la acción. Por este motivo, te invito a que reflexiones con tranquilidad sobre ti mismo/a y descubras, según tus cualidades y tus facultades, cuál es tu propósito de vida. Construye tus principios. Si necesitas un guía —los estoicos también tuvieron a sus maestros de filosofía—, acude a alguien que, en lugar de opinar, te ayudará a construirlos al ser experto/a en ello. Y, sobre todo, siempre que dudes o cuestiones tus metas por la opinión de los demás, relee estas palabras de Séneca. Si una persona dedica su tiempo a opinar sobre los demás, ¿cuál crees que es el motivo?
Deja una respuesta