Tenemos una voz interior que suele evaluar lo que observamos: desde el vuelo de un pájaro hasta lo más abstracto. Es posible que, en ocasiones, hayas oído hablar de esta voz con el nombre de ego. Ahora bien, la voz interior que tratamos aquí no consiste en el ego, sino en la conciencia. Mientras el ego nos obstaculiza y oscurece nuestro verdadero ser, la conciencia se ocupa de lo contrario.
La conciencia, para los estoicos, es la herramienta que nos permite evaluar nuestras acciones y nuestras virtudes y defectos. Nos ayuda a aplicar la introspección y a analizar qué falla en la construcción de nuestro ser.
Hace poco, publicamos un artículo en el que disertábamos sobre la eficacia punitiva de las leyes. Si bien resulta relevante disponer de unos códigos civil y penal que favorezcan el consenso de unas normas sociales comunes, nuestra conciencia nos compromete a cumplir con una conducta. Por esta razón, estoicos como Séneca y Cicerón consideraban que la satisfacción interior y el remordimiento servían de mecanismos correctores de la conducta humana.
¿Cuál es la naturaleza del hombre sabio, preguntas, y de dónde emana? Te lo diré: de la buena conciencia, de las decisiones honestas, de las rectas acciones, del desprecio de la fortuna, del sereno y continuo transcurso de la vida que recorre un solo camino.
En una entrevista que recibió el filósofo Antonio Escohotado, respondió que un país rico es un país con educación y esta educación consiste en que una persona, teniendo la oportunidad de robar, no roba, teniendo la oportunidad de hacer daño, no hace daño, teniendo la oportunidad de ayudar a una persona mayor a levantarse, la ayuda… Se nos pueden ocurrir miles de acciones.
Cuando no cometemos acciones que consideramos «malas» y nos atenemos a hacer las que llamamos «buenas», no dependemos únicamente de la ley, sino que nuestro juicio moral, basado en la conciencia, en esta voz interior, nos frena a cometer acciones malas, nos impulsa a hacer buenas y, en el caso de cometer malas, nos corrige.
Con respecto a este concepto, sin embargo, existe un crítico y a su vez peligroso pero. De acuerdo con lo que expone el experto Robert Hare, en su libro Sin conciencia, las personas que reciben diagnóstico de psicópatas son personas que, aunque no carezcan de esta voz que llamamos conciencia, se trata de una voz interior demasiado débil para ejercer en ellos una función rectora.
Pongamos un ejemplo. Según los estudios que se han llevado a cabo, delincuentes que han cometido algún delito, pero no han mostrado indicios de psicopatía, cuentan con mayor probabilidad de reinsertarse en la sociedad y enmendar su conducta mediante ayuda psicológica. Sin embargo, en cuanto a los delincuentes cuyos delitos proceden, en primera instancia, de una personalidad psicopática, su probabilidad de reincidencia es el doble que el resto de delincuentes. Dicho análisis radica, precisamente, en este término que estamos comentando: en la conciencia. Su conciencia débil no frena su deseo de cometer acciones deshonestas e incluso terribles, no les transmite un patrón de conducta fundamentado en un código social, no les genera remordimiento tras cometer injusticias… Simplemente actúan de una forma porque ven el momento de actuar así.
En conclusión, con este artículo tenemos la única intención de animar a reflexionar sobre hasta qué punto nuestra propia conciencia resulta crucial en perfeccionar nuestra razón de ser como humanos y de qué forma tan acertada los estoicos acudieron a trabajar dicho concepto. La introspección, llevada a cabo mediante la conciencia, consta de una importancia incuestionable en la mejora de nuestras vidas personales y sociales
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