Las lecturas de los grandes pensadores estoicos antiguos, junto con las de escritores y escritores modernos, ya nos dan claras orientaciones sobre el sentido de la vida: la virtud. Ahora bien, en este artículo acudimos a la epístola 90 de Séneca por una razón. Emplea un momento para imaginar un lugar en el que todo es perfecto: la sociedad funciona de forma armónica mediante el gobierno de sabios, las normas de convivencia son básicas que velan por el bien común y no existen vicios ni defectos. Sin embargo, una vez que bienes materiales son descubiertos, como el oro y la plata, y se cae en manos del placer con la comida, la bebida, el sexo, el poder… nacen los vicios. Esta sociedad, antes utópica, queda corrompida.
Doy por sentado que te resulta familiar esta situación. En algunos textos, como las Metamorfosis del poeta latino Ovidio o la misma Sagrada Biblia, presentan a continuación el surgimiento del Diluvio Universal ante la necesidad de deshacer el mundo para rehacerlo. Pues bien, Séneca regresa a este tópico literario, la edad utópica denominada Edad de Oro, en su carta 90. Así la describe:
Los primeros mortales y los hijos que nacieron de ellos secundaban la naturaleza sin corromperse y reconocían a una misma persona como a su caudillo y su ley. El gobernante se elegía por su valor moral, por ello gozaban de suma felicidad los pueblos en los que solo podía ser poderoso aquel que era el mejor.
Por ello, considera Posidonio que en aquella Edad que se denomina de Oro, la realeza estuvo en manos de los sabios. Estos reprimían la violencia y protegían al más débil de los más fuertes, inducían a la acción y disuadían de ella indicando lo útil y lo nocivo; su prudencia cuidaba de que nada faltase a los suyos, su fortaleza los alejaba de los peligros, su beneficencia los engrandecía. Gobernar era un servicio, no un dominio.
Como observamos, todo era perfecto, hasta que surgieron los problemas:
Mas luego, al insinuarse los vicios, la realeza se convirtió en tiranía y comenzaron a ser necesarias las leyes civiles. ¿Qué generación humana hubo más feliz que aquella? Gozaban en comunidad de la naturaleza; ella se bastaba como madre para proteger a todos. En una situación tan felizmente organizada irrumpió la avaricia. Ella introdujo la pobreza y por su desmesurada ambición lo perdió todo. Por ello, aunque ahora se empeñe en recobrar lo que perdió, ninguna prolongación de sus confines nos hará volver al estado del que nos alejamos. Desconocían la justicia, la prudencia, la templanza y la fortaleza. La virtud no alcanza sino al ánimo instruido, aleccionado y que ha llegado, con un ejercicio constante, a la perfección.
Los estoicos, como Séneca en este caso, rememoran aquella época remota para afianzar su ética no como una mera disciplina de su doctrina, sino que las virtudes son las herramientas esenciales que garantizan al ser humano enmendar los errores que se arrastraron desde aquella Edad de Oro[1].
Puesto que en esos tiempos no existían los vicios, al menos cuando todo funcionaba correctamente, los seres humanos que vivían desconocían la sabiduría y las virtudes. ¿Por qué? Básicamente, porque no eran necesarias. En cambio, cuando nacieron la avaricia, la crueldad, la soberbia, la lujuria, la codicia y otros placeres, los vicios se fueron heredando de generación en generación. En consecuencia, el cultivo de la filosofía y las virtudes fue necesario.
Los dioses nos han dispensado la propia filosofía, de la cual a nadie concedieron el conocimiento, pero sí a todos la capacidad de conocer. Porque si también de ella hubiesen hecho un bien común y al nacer fuésemos sabios, hubiese perdido la sabiduría la mejor cualidad que posee, la de no contarse entre los bienes fortuitos. Por el contrario, ahora a nadie le toca en suerte, cada uno se la debe procurar.
Ese es el sentido de la vida estoica: crecer de forma que incrementemos nuestra sabiduría y nuestras virtudes porque es la única manera de solventar los errores que arrastramos del pasado. Siempre existieron épocas en las que defectos humanos desembocaron en diferentes catástrofes: guerras, dictaduras, sufrimiento… Pero si no conocemos nuestra historia, estamos condenados a repetirla. Por esta razón, los estoicos nos lo confirman: no nacemos con la sabiduría en nuestras manos, pero sí nacemos con la capacidad de forjarla:
La sabiduría no construye armas, ni murallas, ni aparejos de guerra: fomenta la paz y exhorta a la concordia al linaje humano. No es artesana de instrumentos útiles a las necesidades de la vida. Estás contemplando al artífice de la vida. las demás artes las tiene bajo su dominio, porque a quien le sirve la vida, le sirven también los ornamentos de la vida. Ella enseña qué cosas son malas y cuáles parecen serlo, libera el ánimo de vanas apariencias.
Nuestra vida consta de muchas facetas: círculos de amistades, trabajo, aficiones… En cambio, Séneca los expone como ornamentos de la vida. Son ornamentos que enriquecen nuestro sentido de vivir. Sin embargo, la sabiduría es nuestra artífice de la vida. Ella es la que marca que corrijamos los vicios humanos heredados del pasado o que los arrastremos y transmitamos a las generaciones futuras. Así pues, cultivar la sabiduría no consiste en un acto de erudición, sino en conocer lo más profundo de nuestra esencia humana para eliminar lo nocivo y forjar lo virtuoso.
[1] Hablo de esta época desde una perspectiva literaria, no historicista.
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