Si pudiésemos elegir todo lo que queramos con un simple chasquido de nuestros dedos, estoy convencido de que elegiríamos disfrutar de todos los placeres posibles y evitar los males. Una vida de gozo y carente de sufrimiento. Una vida idílica. ¿Te imaginas? Sería una vida llena de significado… ¿o no?
Si paramos a recordar nombres como el propio Séneca, Marco Aurelio, Epicteto, Hipatia, Viktor Frankl o Nelson Mandela y reflexionamos la razón por la que los recordamos, llegamos a una conclusión: el sufrimiento que atravesaron. Ya no es cuestión de compasión o empatía, sino que estos personajes históricos demostraron enfrentarse a la dureza de la vida forjándose a sí mismos. En relación con ello, así se lo rogaba Séneca a Lucilio:
Trabaja, te lo ruego, querido Lucilio, solo en aquello que puede hacerte feliz. Arroja y pisotea esos objetos que brillan por fuera, que te prometen otros o por otro motivo. Atiende al auténtico bien y goza de lo tuyo. ¿Qué quiere decir «de lo tuyo»? De ti mismo y de tu parte más noble.
¿Cuál es la naturaleza del verdadero bien, preguntas, y de dónde emana? De la buena conciencia, de las honestas decisiones, de las acciones rectas, del desprecio del azar, del sereno y continuo discurrir de la vida que recorre un solo camino. Porque aquellos que de unos propósitos pasan de golpe a otros, o que ni siquiera pasan, sino que son empujados por cualquier eventualidad, ¿cómo, indecisos e inconstantes, pueden mantener una postura segura y duradera?
Estos personajes destacaron por la sólida postura que alcanzaron sus ánimos, aunque ello supusiera atravesar desventuras que incluso algunas llevasen directamente a la muerte. Estos hechos se relacionan con un capítulo del libro de Jordan Peterson, 12 reglas para vivir: un antídoto al caos, en el que indica que debemos hacer todo aquello que posea significado, no lo que más nos convenga. Y entre lo que nos conviene está el placer. Los placeres, para los estoicos, son efímeros y nunca dan sentido a nuestras vidas porque rápidamente se esfuman causándonos una necesidad infinita.
El dolor, por el contrario, en absoluto resulta deseable. Sin embargo, da la casualidad de que los momentos dolorosos y de sufrimientos que atravesamos son los que construyen en nosotros un alma más forjada, más resistente y, sin duda, con más ganas de vivir. Dicho de una forma resumida, y aunque resulte extraña, el dolor y el sufrimiento da sentido a nuestras vidas.
Si bien parece una afirmación irracional, tiene su más firme lógica porque, así como dice de nuevo J. Peterson, la vida consta de eso: de momentos de sufrimiento y de agonía. No se trata de un «ente omnipotente cruel y despiadado» que ha creado un mundo injusto y sanguinario. Para nada. Somos seres vivos que, en función de nuestra evolución biológica, estamos programados para enfrentarnos a dolores y soportarlos.
El dolor consta principalmente de dos componentes: el componente fisiológico y el componente psicológico. Mientras el fisiológico es un dolor objetivo, un dolor inevitable —ya sea puramente físico o emocional—, el origen del dolor psicológico viene marcado por creencias y convicciones que están en nuestro cerebro. Este segundo componente hace que veamos el dolor no como es tal cual, sino que lo demonizamos y, en consecuencia, nos vemos muy pequeños a nosotros mismos para enfrentarnos a ellos. Por esta causa, Séneca nos aconseja lo siguiente:
Acuérdate de suprimir ante todo la confusión en las cosas y calar en la esencia de toda cuestión: descubrirás que en ellas nada hay terrible excepto el temor que inspiran. Lo que ves que acontece a los niños, eso mismo nos acontece a nosotros, niños mayorcitos: ellos, los niños, a las personas que aman, con las que juegan, si las ven enmascaradas, se asustan. No solo a hombres, sino a los objetos hay que quitar la máscara y devolverles su propio rostro.
De forma resumida, la vida consta de cosas que son desagradables, pero nosotros las engrandecemos y las consideramos terribles. Y ello suele causarse porque perseguimos el placer a toda costa. Cuando solo atendemos a lo placentero, a lo gratificante y, conforme pasa el tiempo, es cada vez más fácil conseguirlo, más duro resulta enfrentarse a lo doloroso.
¿Te enteraste ahora por primera vez que se cierne sobre ti la amenaza de la muerte, del destierro, del dolor? Has nacido para estos trances. Cuanto puede suceder pensemos que ha de suceder. Te ordeno a no sumir tu alma en tal preocupación, ya que se embotará y tendrá menos vigor cuando tenga que levantarse. Empújala de tu causa particular hacia una causa de carácter general: enséñale que posees un cuerpo mortal y frágil, al que no solo la injusticia y la violencia de los tiranos amenazará con el dolor; hasta los placeres se convierten en dolor.
El ser humano es una gran paradoja: es un ser muy frágil que, si se dispone a ello, es capaz a su vez de forjar un espíritu muy resistente. Por esta razón los estoicos ven el placer como un enemigo que nos «nubla» la vista e impide que observamos la realidad tal cual es. Por el contrario, si identificamos el dolor y nos preparamos para enfrentarnos a situaciones que lo provoquen, adquirimos mayores criterios no para evitar el dolor, pero sí para minimizarlo. En esta capacidad de gestionar el sufrimiento consiste la fortaleza.
¿Me refiero en este artículo a que en la vida solo hay dolor y sufrimiento? No. En la vida hay dolor y sufrimiento, no solo dolor y sufrimiento. También hay momentos de riqueza y de bienestar que, por muy pequeños que sean, tampoco hemos de dejar que se escapen. Solo por recibir unos rayos de sol o respirar al lado del mar merece la pena seguir viviendo.
Por ello, a partir de ahora nos vamos a centrar en dos cosas: prepararnos para resistir a los golpes que da la vida —cuidar nuestra salud física y mental, deshacernos de lo que nos perjudica o supone una amenaza, enfrentarnos a peligros o miedos inevitables— y disfrutar de manera consciente de los pequeños beneficios que también la vida nos ofrece —un café al lado de nuestras grandes amistades, escuchar nuestra canción favorita, agradecer la compañía de nuestros seres queridos…—. La vida no es ni buena ni mala. Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Y nuestro cerebro está programado para ello, solo que todavía hemos de concienciarnos más en profundidad. Por eso, tal como dice Séneca, la clave es no amar demasiado la vida —nos debilita contra las adversidades— ni odiarla en demasía —genera en el ser humano deseo de destrucción—.
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