Aunque el estoicismo corresponda a una filosofía procedente de hace más de dos mil años y el término fatalismo sea mucho más moderno, son dos conceptos que se han enlazado bastante. De esta manera, muchas personas definían el estoicismo como «una filosofía que consiste en soportar el azar». ¿Es cierto? ¿El estoicismo es una doctrina que defiende que todo está ya escrito y, en consecuencia, no podemos hacer nada al respecto? Sí, pero no.
Entre muchas pautas que nos enseñan nuestros maestros estoicos para ser mejores, para hacer crecer nuestra naturaleza más puramente humana, algunas de esas pautas consisten en enfrentarnos a las adversidades que no podemos remediar. Dicho de otra manera, enfrentarnos al destino. Así lo describía Séneca en sus cartas:
Alguien dirá: «¿De qué me sirve la filosofía, si existe un destino? ¿De qué me sirve, si existe una divinidad gobernadora? ¿Por qué me es útil, si el azar lleva el mando? Porque lo decidido no puede ser cambiado y nada puede prepararse de antemano frente a lo indeterminado, sino que o bien una divinidad se ha adelantado a mi decisión y ha determinado qué debía hacer o bien la fortuna nada deja en mis manos».
Sin duda entiendo estas dudas que nos hacemos a nosotros mismos. Si el destino ya está establecido, ¿de qué sirve ser cada vez mejor? ¿De qué sirve velar por el bienestar común? ¿De qué sirve conocer cómo es la realidad? Consideramos todas estas acciones en vano. Nuestro mismo maestro nos responde:
Sea lo que sea de estas afirmaciones, Lucilio, incluso si todas ellas son ciertas, hay que aplicarse a la filosofía; ya sea que el destino nos encadene con una ley implacable, ya sea que una divinidad, rectora del universo, haya ordenado todas las cosas, ya sea que la fortuna empuje y agite sin orden los sucesos del ser humano, la filosofía debe dirigirnos. Ella ordenará que obedezcamos a la divinidad con agrado, a la fortuna con constancia; ella te enseñará a seguir a la divinidad, a soportar el azar.
Así como escribí en el pasado artículo, hacemos todas estas cosas porque somos personas de bien. Son nuestro deber. No construimos nuestra mejor versión a cambio de riquezas, éxito, fama o cualquier otro beneficio específico. Forjamos nuestra mejor versión porque estamos programados para aprender y desaprender de forma constante. Desaprender vicios, aprender virtudes. Y no perseguimos un bien en concreto, sino que aprender la virtud es el propio bien que adquirimos.
¿Qué sentido tiene cultivar virtudes si existe un destino terrible que nos rodea? ¿Qué sentido tiene si sufrimos una pandemia, una enfermedad letal, ataques de terrorismo, guerras civiles o mundiales? Si bien los estoicos sí reconocían que la fortuna jugaba un papel no poco importante en nuestra existencia, sin embargo, no todo radica en ella. Dicho de otro modo, los estoicos diferencian lo que está en manos de la fortuna y lo que está en nuestras manos. Como conocemos, lo que está bajo nuestro control y lo que no.
Bien pueden suceder hechos que nosotros no esperamos (¡y que incluso no nos merecemos!). Estos hechos equivalen a lo que llamamos suerte o también destino. Nuestra única opción es asumirlos. Sean leves, sean graves. Ya no es que la vida sea injusta, sino que…
LA VIDA ES LA VIDA. NOS GUSTE O NO.
Es más, Séneca también consideraba una vida «sin seguridad ni fortaleza resistente» toda aquella que no sufría ningún contratiempo, ningún infortunio con el que ponerse a prueba.
Sin embargo, pese a que la fortuna guarde su peso en la vida humana, los estoicos sostienen que el ser humano tiene el poder de decidir. Es lo que en la lengua latina se llama voluntas. Eso es, la voluntad. No puedo elegir si padecer una enfermedad o no, pero mi voluntad es capaz de decidir hacer lo posible para no sufrirla. No puedo elegir si ser rico o ser pobre, pero sí puedo decidir adquirir hábitos que me hagan evitar gastos innecesarios y realizar buenas gestiones. Y, por último, no puedo elegir cuál será mi destino, el final de mi vida, pero sí puedo decidir por mi voluntad prepararme para enfrentarme a todo aquello que me suceda de forma imprevista.
Por esta razón, el estoicismo no es una filosofía fatalista. El estoicismo es una filosofía que define la vida como una lucha constante entre el destino y la voluntad. Por ello, sea cual sea nuestro destino, cultivar la filosofía diariamente es crucial para fortalecer nuestra voluntad, nuestra arma de combate en esta batalla que llamamos vida.
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