Algunos solo han aceptado de la filosofía aquella parte que ofrece los preceptos propios de cada persona, pero no construye al ser humano de forma universal, sino que aconseja al marido cómo comportarse con la esposa, al padre cómo educar a los hijos, al amo cómo gobernar a los esclavos. Han abandonado las demás partes, considerando que eran ajenas a nuestro interés, como si alguno pudiese aconsejar de algo en particular sin que antes hubiera captado la esencia de la vida entera.
Séneca manifiesta en el comienzo de esta epístola una fuerte resignación e impotencia al observar cómo otros utilizaban «partes» de la filosofía para determinar preceptos afines a sus propios intereses. De esta manera, se fueron construyendo diferentes colectivos filosóficos: epicureísmo, peripatéticos, cinismo… y, entre ellas, también el estoicismo. Sin embargo, Séneca no rechazaba ideas del epicureísmo y se entregaba al regazo de la escuela estoica.
Al contrario. Séneca incluso refutaba algunas ideas procedentes de los anteriores maestros estoicos y aceptaba a preceptos generados en la escuela epicúrea. ¿Por qué? Porque Séneca no perseguía confrontaciones entre «membresías», sino que perseguía la moral más puramente humana. Perseguía los preceptos que corresponden al ser humano en cuanto a lo más profundo de su esencia.
Por el contrario, el estoico Aristón considera poco importante esta parte de la filosofía, que no penetra hasta el fondo del alma y que ofrece prescripciones propias de una vieja. En cambio, sostiene que son en gran manera provechosos los principios de la filosofía junto con la definición del sumo bien; «quien ha captado y aprendido debidamente tal definición, él mismo se prescribe la conducta a seguir en cada situación».
Aunque parece un tanto teórico, Séneca lo resuelve con un ejemplo:
Así como el que aprende a disparar busca un blanco determinado y adapta su mano para dirigir los dardos, y cuando luego consigue tal destreza por la técnica y el ejercicio, la emplea para el objetivo deseado —puesto que no ha aprendido a disparar contra este o aquel blanco, sino contra cualquiera que escoja—, así el que se ha preparado para la totalidad de la vida no necesita consejos particulares porque está adoctrinado para todo: en efecto no sabe cómo vivir con la esposa o con el hijo, sino cómo vivir bien, donde incluye cómo vivir con la esposa y con el hijo.
Hoy en día, existen muchos problemas que todavía siguen sin resolverse y, por mucho que lo intentemos, persisten. La cuestión es que tal vez analizamos el problema de forma superficial en lugar de excavar y encontrar su raíz: los preceptos son provechosos aunque inconsistentes si no derivan de un conocimiento general, es decir, si no atienden a los principios mismos de la filosofía.
Séneca nos incita a acudir directamente a las virtudes propias de la condición humana: tales como la justicia, la prudencia, la sabiduría, la templanza, la fortaleza, la resistencia a los placeres, la búsqueda del bien común, el menosprecio de los bienes materiales, la gratitud… Tenemos un abanico de virtudes que, si las trabajamos, quizá nos ayuden a construir un entorno más apacible, seguro y prometedor:
Cuando, con tales principios, induzcas al hombre a considerar su condición y conozca que no es feliz la vida que se conforma con el placer, sino la que se conforma con la naturaleza; cuando se enamore de la virtud como único bien del hombre, evite el vicio como único mal y valore todas las demás cosas —riquezas, honores, salud, poder, fuerza— como indiferentes sin tener que inscribirlas en los bienes ni en los males, no tendrá necesidad de un preceptor.
Nuestras acciones no son virtuosas porque las dice este o las postula aquel, sino que son virtuosas porque la virtud vale por sí misma. Por ejemplo, si trato a cualquier persona de una forma civilizada es porque es justo. Y la justicia es deseable por sí misma y, al cumplirla, no nos fuerzan ni el miedo ni un beneficio a cambio. Si de las virtudes nos agrada algo que no corresponde al hecho de ser una virtud, algo falla. Entonces, no actuamos en aras de la virtud. Actuamos en función de un interés.
También puede suceder que obramos mal por razones que quizá no conozcamos o por razones de las que todavía no somos conscientes. De este modo, Séneca insiste en buscar la raíz del problema:
Dos son los motivos por los que cometemos faltas: o en nuestra alma radica el mal contraído por opiniones erróneas o bien, aunque no esté dominada por la falsedad, se ve inclinada a ella y se corrompe con facilidad por la falsa apariencia que le arrastra a donde no debe ir.
Dicho de otra forma, si obramos mal —es decir, de forma opuesta al dictado de las virtudes— puede deberse o bien por la «invasión» de opiniones e información errónea sobre la moral o bien porque, ya conscientes de la diferencia entre virtudes y vicios, nuestra alma todavía necesita forjarse más para resistir.
Identificadas las raíces, Séneca plantea dos soluciones: o bien curar nuestro espíritu enfermo y liberarlo de los vicios o bien convertirnos en dueños de nuestro espíritu todavía exento de vicios pero, a su vez, propenso a cometerlos.
En esta carta, Séneca quiere decir que las leyes de la filosofía son concisas y vinculan a todos sin necesidad de atender a cuestiones particulares. Si bien existen casos y problemas que pueden relativizarse, todos ellos proceden de unas raíces comunes que, para enmendarlas, tenemos las leyes de la filosofía.
¿Es el estoicismo la moral universal que dicta estas leyes filosóficas? ¿Es el estoicismo la filosofía del ser humano? Son preguntas que siempre formulo y nunca consigo resolver, porque todavía he de acudir a las raíces para ello.
Deja una respuesta