Voy a contarte una historia. Una historia cuyo protagonista no es ningún filósofo de cualquier época. Esta vez, el protagonista es Michael Jordan y los Chicago Bulls.
En la temporada 1988-1989 de la NBA, los Chicago Bulls se enfrentaron en Finales de Conferencia a los Detroit Pistons. A finales de los 80 y principios de los 90, los Pistons dispusieron de jugadores extraordinarios como Isiah Thomas, Bill Laimbeer y Dennis Rodman. Junto con el resto de compañeros y bajo la dirección de su entrenador, las estrellas baloncestistas de Detroit pusieron en marcha un método defensivo para detener a MJ: las Jordan Rules.
Estas «reglas defensivas» consistieron en detener a Jordan cada vez que pisaba la cancha, aunque no de forma cualquiera. Empujones, golpes, violencia y agresividad que podía causar a Jordan cualquier lesión severa. De hecho, recordemos que esta plantilla de los Pistons recibió el nombre de Bad Boys. Ningún equipo deseaba enfrentarse a ellos en los Play-Offs. Si te enfrentabas a ellos, casi literalmente, eras hombre muerto. Los Bulls perdieron las finales de conferencia 4-2.
Ambos equipos volvieron a cruzarse en las finales de conferencia siguientes. Se repitió el mismo ritual: golpes, golpes y más golpes. Los Bulls perdieron 4-3 y los Pistons pisotearon una vez más a Air Jordan.
Sin embargo, todo cambió en la temporada 1990-1991. Michael Jordan reflexionó y asumió que debía hacer algo. Y tomó una decisión: dedicar horas y horas de su vida a fortalecerse en el gimnasio y continuar perfeccionando su juego. Reforzó su masa muscular porque sabía perfectamente que iba a recibir más y más golpes.
Y así fue. En las finales de conferencia de esta temporada siguió recibiendo los mismos azotes de los Bad Boys. En cambio, junto con el compañerismo de Scottie Pippen, no se dispuso de ninguna manera a devolver golpes ni a generar peleas innecesarias. Simplemente, los Bulls continuaron luchando de forma deportiva puesto que sabían que serían partidos difíciles y agresivos. ¿Resultado? Los Bulls ganaron 4-0.
El juego tiránico de los Bad Boys no sirvió en esa ocasión. Y los Bulls, por el contrario, no solo ganaron a los Pistons y esa misma temporada, sino que también ganaron las temporadas 1991-1992 y 1992-1993. Tres anillos seguidos. Con un espíritu estoico, los Bulls se atrevían a enfrentarse a cualquier adversidad con tal de conseguir la victoria. Si quieres la paz, prepara la guerra.
Conforme vivimos día a día, en numerosísimas ocasiones sentimos momentos en los que nos suceden hechos que no merecemos o esperamos vivir algo que nos dé un respiro. Cualquier cosa que nos haga sonreír un poco más. Al mismo tiempo, en la actualidad, redes sociales, publicidad, libros y más medios nos transmiten la esencia de que ser feliz es una obligación y no un estado de bienestar. Se denomina «la tiranía de la felicidad».
Séneca, en su tratado Sobre la firmeza del sabio, decía lo siguiente:
A los que no han alcanzado la perfección y aún se orientan según las opiniones del pueblo hay que explicarles que deben vivir en medio de ultrajes y ofensas: todo les será más llevadero si se lo esperan. Que soporte ofensas y palabras desvergonzadas y deshonras y demás bajezas como si fuera el griterío de los enemigos y tiros lejanos y piedras que restallan alrededor de los cascos sin herir a nadie; que resista los ultrajes como las heridas, hundidas unas en las armas, otras en el pecho, sin dejarse caer, sin ni siquiera dejarse desalojar de su puesto. Aunque te veas cercado y acosado por el ímpetu enemigo, es vergonzoso ceder: defiende la posición que te asignó la naturaleza.
Otras veces, al seguir máximas semejantes a «da y recibirás» o bien ideas como «si soy bueno o buena, algo bueno me pasará a mí», nos causan confusión y, más aún, nos hacen perder el sentido de nuestras acciones. Si actuamos bien, ¿por qué nos tienen que suceder cosas desagradables? Así dicta Séneca en su tratado Sobre la providencia:
¿Por qué te extraña que los hombres buenos, para que se fortalezcan, se vean zarandeados? No hay árbol firme ni fuerte sino aquel sobre el que se abate un viento constante, pues por el maltrato mismo se ve obligado a sujetarse y hunde sus raíces con más resolución: son quebradizos los que han crecido en un soleado valle. Luego también es provechoso a los hombres buenos, para que puedan mantenerse impasibles, meterse mucho en situaciones pavorosas y soportar con ecuanimidad lo que no son males sino para quien mal los sobrelleva. «Nos caen encima muchas penalidades horrorosas, difíciles de tolerar». Nos dice la naturaleza: puesto que no podía yo sustraeros a estas penalidades, armé vuestros ánimos contra todas ellas: soportadlas serenamente.
En estos pasajes del filósofo cordobés observamos con exactitud el concepto de la fortuna o suerte. Para los estoicos, el concepto de fortuna carecía de valor porque no encontraban en él motivo de preocupación. ¿Cómo restaban valor a la suerte? Se esperaban cualquier cosa que podía ocurrir conforme a la naturaleza. ¿Naturaleza? Otro concepto que trabajaremos en el próximo artículo. Leamos lo que nos dice la naturaleza:
Menospreciad la pobreza: nadie vive tan pobre como ha nacido. Menospreciad el dolor: o se destruye o destruye. Menospreciad la muerte: o bien os da fin o bien os cambia de lugar. Menospreciad la suerte: no le he dado ningún venablo con el que pudiera malherir vuestro espíritu. Ante todo he procurado que nadie os retuviera sin quererlo vosotros; la salida está expedita: si no queréis pelear, os es posible huir. Por tanto, de todas las cosas que he querido que os fueran inevitables, nada he hecho más hacedero que el morir.
Si la naturaleza nos ha dado la vida, nos la da de forma que nos pongamos a prueba. Solemos enfrentarnos a sucesos inevitables que nosotros no decidimos, sino que es cuestión de suerte. Ahora bien, desde la mirada estoica, no tenemos buena o mala suerte, sino que nosotros atribuimos estas cualidades a la suerte. Todas las personas atravesamos épocas que son más fructíferas y otras más turbulentas. Estas épocas, en cambio, no son cuestión de buena o mala suerte, sino épocas que forman parte de la vida humana. No les han sido asignados ningún periodo ni causas específicos. Son sucesos inevitables que pueden ocurrir en cualquier momento y lugar. Como seres humanos, tendemos a buscar respuesta a estos hechos, pero debemos, en primera instancia, prepararnos para ello. Vivir no es coser y cantar. Vivir es una guerra.
Te he explicado, cuando meditabas si visitarías Siracusa, todo lo que te podía gustar y lo que te podía molestar; imagina que acudo a aconsejarte en tu nacimiento: «Vas a entrar en una ciudad compartida por dioses y hombres, que todo lo abarca, vinculada por leyes inmutables y eternas, que hace girar a los cuerpos celestes en sus inagotables obligaciones. Tampoco verás nada que no haya intentado la osadía del ser humano y serás espectadora y también parte principal de los aventureros; estudiarás y enseñarás distintas artes, unas para facilitar la vida, otras para hermosearla, otras para regirla. Pero allí habrá mil plagas del cuerpo, del espíritu, y guerras y robos y ponzoñas y naufragios y destemplanza del clima y del cuerpo, y amargas añoranzas de los seres más queridos, y muerte, sin saber si será llevadera o con penas y sufrimientos.
Este pasaje corresponde a una epístola de consolación que Séneca envió a una mujer por la muerte de su hijo: Consolación a Marcia.
Para los estoicos, el principal beneficio que nos ha otorgado la naturaleza es la capacidad de razonar y ejercer nuestra conciencia para actuar ante cualquier circunstancia. La naturaleza no me asignó un empleo cuando nací, ni unos salarios, tampoco una salud plena libre de cualquier enfermedad, pero sí me asignó la facultad de reflexionar para enfrentarme a las adversidades y ser, cada segundo, más fortalecido. La naturaleza no da el aprobado a nuestra «prueba de vida», sino que ella misma nos examina de esa prueba.
No tenemos buena o mala suerte, sino que ganamos y perdemos batallas, como cuando Jordan ganaba y perdía partidos. De esta forma, si queremos paz y tranquilidad, preparémosnos para la más honorable de las guerras: nuestra vida.
Después de leer esto, nos paramos a pensar en lo siguiente: «Si la naturaleza me ha asignado el deber humano de enfrentarme a adversidades que no me merezco, ¿de qué sirve entonces comportarse rectamente y seguir valores éticos en nuestra vida?». Como he dicho anteriormente, veremos qué es la naturaleza —y la naturaleza humana— para los estoicos.
¡Hasta la próxima!
Artículo escrito por Daniel Arenas, si quieres recibir sus inyecciónes estoicas INSCRÍBETE.
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