Si, pese a que se pronuncien leyes y leyes, los delitos no se detienen, sino que además crecen, ¿qué es lo que sucede? ¿Existe un patrón que consiste en que cuantas más leyes se proclamen más delitos se cometen? ¿Cuál es la raíz de este problema tan grave?
Acudimos a un ejemplo. En España, disponemos de la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, una de las normativas estatales sobre la violencia de género que dicta el BOE. Sin embargo, acudiendo a las estadísticas, comprobamos que en los últimos diez años se ha producido una «montaña rusa»: del año 2011 al 2013 disminuyeron los casos de violencia contra la mujer, pero del 2013 al 2019 aumentaron muchísimo. Después, hasta el año actual, volvieron a disminuir, si bien cabe plantear la posible influencia del confinamiento.
La cuestión es lo que comentamos: ¿cómo puede ser que siga creciendo la delincuencia pese a implantarse leyes? Una carta de Séneca nos puede orientar: su epístola 97. En esta carta, Séneca cita un ejemplo sobre Publio Clodio Pulcro, demagogo que cometió adulterio con la esposa de César. Como reo por dicha atrocidad cometida, Clodio sobornó a los jueces, razón por la que el mismo Séneca comenta que no fue menor el pecado al cometer el crimen, sino la absolución del acusado[1]. En la actualidad, no dispongo de pruebas que corroboren que exista soborno en los juicios, pero sí observo un detalle que Séneca aporta: las malas influencias.
Toda época producirá Clodios, no toda producirá Catones. Somos propensos al mal porque nunca puede faltar para ello un guía, un compañero. Nuestro albedrío no solo es proclive al vicio, sino que se precipita en él; y hay algo que hace la mayoría de los mortales como personas incorregibles: las faltas que se cometen en todas las demás artes producen sonrojo al artista y disgustan al que comete el error, pero los crímenes de la vida deleitan.
Si un jugador de baloncesto falla un tiro de tres, se siente frustrado. Si un jugador de fútbol falla un penalti, se automutila. Si un joven pierde un partido en la videoconsola, se irrita. En cambio, si consume drogas, si comete abusos sexuales, si roba, si agrede a otra persona, ¿se siente empoderado? ¿Se siente un dios? Los errores anteriores son mínimos; estos son intolerables, porque son los errores que hacen perder valor a la vida del que los comete. Por esta razón, Séneca da suma importancia a la conciencia:
No se alegra el timonel cuando se hunde el navío, ni se alegra el médico cuando entierran a su paciente, ni el orador cuando por su culpa condenan al reo que defiende. Por el contrario, todos sienten placer por el propio crimen. […] Por lo demás, a fin de que te convenzas de que hasta en los espíritus más perversos anida el sentimiento del bien y que no ignoran el vicio, aunque no actúan contra él, fíjate en que todos disimulan sus culpas. Por el contrario, la buena conciencia desea manifestarse y atraer las miradas; la maldad teme hasta de las mismas tinieblas.
Así como Séneca, Cicerón comentaba en su tratado Sobre las leyes que bien es cierto que ellas deben proteger a los buenos y castigar a los malvados. Sin embargo, las leyes por sí mismas no pueden ocuparse de ello sin otras herramientas:
Y si el castigo, en lugar de su propia naturaleza, debiera apartar a los hombres de los actos injustos, ¿qué tipo de inquietud iba a atormentar a los impíos, una vez eliminado el miedo al suplicio?
Cicerón nos indica que únicamente el castigo como remedio contra los delitos no sirve de mucho una vez que los criminales pierden el miedo al suplicio. Por esta razón, tanto Séneca como Cicerón sostenían que supone mayor castigo el remordimiento de la conciencia del delincuente que el propio castigo de la ley.
Entonces, ¿son ineficaces las leyes? No lo son, pero no debemos atenernos únicamente a ellas. Hemos de concienciarnos en la cantidad de cosas externas que influyen en la perversión de la mente humana: redes sociales, vídeos de YouTube, páginas y vídeos pornográficos, la propia educación en casa y en la escuela… Todas las cosas que contribuyen a las malas costumbres cobran más peso que las normativas legales. Así pues, las leyes deben ir acompañadas de herramientas como una buena formación académica y moral, buenos hábitos como leer libros que instruyan, vídeos en YouTube o usuarios en RRSS que aporten valores y muchas cosas más. Todo ello no solo con el fin de minimizar los delitos, sino también para cumplir lo que dicta nuestra naturaleza humana según los estoicos: pasar a la acción como seres racionales y sociales. Si no cumplimos con nuestra naturaleza humana, no seremos humanos. Seremos animales. Y la civilización humana se convertirá en una jungla.
PD: A la hora de escribir sobre la intervención de nuestra propia conciencia en el castigo de nuestros errores, he parado a pensar en la psicopatía catalogada como trastorno mental. Por ello, leeré el libro Sin conciencia del pionero de los estudios sobre la psicopatía: Robert Hare. Cuando lo lea, veré qué similitudes y diferencias posee con el estoicismo.
[1] Aunque Clodio fue absuelto, Milón, perteneciente a otro linaje romano, y sus partidarios lo asesinaron. Puesto que Milón fue acusado del asesinato de Clodio, Cicerón intervino como orador-abogado en defensa de Milón, texto existente titulado Pro Milone o En defensa de Milón. Todos los textos de Cicerón sobre discursos políticos son joyas de la oratoria romana.
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