Vamos a comenzar con una cuestión que probablemente hemos debatido en alguna ocasión: ¿eran machistas en la Antigüedad? Si lo analizamos desde la mirada actual, sí. Eran machistas. O, al menos, proseguían una cultura patriarcal en la que el sexo masculino disponía de todos los derechos y privilegios convencionales, además de ser considerados más fuertes tanto física como emocionalmente[1].
Sin embargo, en el mundo de la filosofía antigua hallamos esbozos que denotan ejemplos de ilustres mujeres que existieron hace siglos[2]. Un ejemplo concreto del que me gustaría hablar es Marcia. Séneca, en su Consolación a Marcia, comienza con expresiones que manifiestan dicha índole «androcentrista». Sin embargo, tras reconocer la fortaleza de Marcia, Séneca reconoce su robustez y se come sus propias palabras:
Si no te supiera, Marcia, tan alejada de la debilidad del carácter femenino como de sus demás defectos, y que tus costumbres se tienen como un ejemplo antiguo, no me atrevería a enfrentarme a tu dolor, en el que incluso los hombres de buen grado se estancan y languidecen, ni habría esperado, en una ocasión tan desaconsejable, ante un juez tan desfavorable, frente a una acusación tan desagradable, poder conseguir que absolvieras a tu suerte. Me dieron seguridad tu fortaleza de espíritu, ya puesta a prueba, y tu valor, que demostraste en una dura experiencia. Esta grandeza de tu espíritu me ha impedido tener en consideración tu sexo, tu rostro, del que se enseñorea una tristeza ininterrumpida por tantos años.
La dura experiencia que vivió Marcia fue la dolorosa pérdida de su hijo. Pasados tres años, Marcia seguía sintiendo esa tristeza profunda. En cambio, ella gozaba de un espíritu forjado, tenaz y preparado para asumir tal infortunio. Por ello, Séneca le escribió una de sus consolaciones.
Poco después de comenzar su consolación, Séneca acude a dos ejemplos de mujeres que atravesaron un momento doloroso de diferentes maneras. Ellas son Octavia, hermana de emperador César Augusto, y Livia, la mujer del mismo. Ambas perdieron un hijo en plena juventud. Ahora bien, mientras Octavia se dejó arrastrar por el dolor por la pérdida de su hijo Marcelo, Livia
no permitió, por una pérdida más grave, que sus desgracias la dominaran mucho tiempo, sino que prontamente restableció su espíritu a su estado normal. Druso, destinado a ser un gran príncipe y ya un gran general, había muerto en campaña. A su madre no le había sido posible alcanzar los últimos besos de su hijo ni las palabras imborrables de su aliento postrero. En cuanto lo dejó en su tumba, a la vez lo enterró a él y a su dolor, y no se dolió más de lo que era correcto o justo considerando que su Druso, de evocarlo en todo lugar, privado o público, de hablar gustosamente sobre él, de oír sobre él: vivió con el recuerdo, que no puede conservar ni frecuentar nadie que se lo haya hecho penoso. Decide cuál de los dos ejemplos es el más adecuado. Si te acoges a este ejemplo más prudente, más apacible, no vivirás en medio de sufrimientos ni te consumirás atormentándote. ¡Pues sí que es locura castigarse uno mismo por su desventura y agravarse sus desgracias! Incluso para el dolor hay un límite.
Estas palabras dirigidas a Marcia parecen insensibles, pero no es así:
No te voy a inducir a normas tan estrictas que te aconseje llevar lo humano de forma sobrehumana y quiera secar los ojos de una madre el mismo día del funeral. La cuestión que vamos a dirimir es si el dolor debe ser profundo o interminable. Sin duda persiste aún en ti, Marcia, una inmensa tristeza y ya parece que ha encallecido. La vida te la irá borrando poco a poco.
Llorar es natural, pero empeñarnos en ello no, sino que viene de que no nos figuramos ninguna desgracia antes de que nos suceda, como si estuviéramos exentos y emprendiéramos un viaje más sosegado que los demás. No permitimos que los infortunios ajenos nos adviertan que son comunes a todos. Es inevitable que nos derrumbemos enseguida.
La distinción entre hombre y mujer era notoria en la antigua Roma. Por convencionalismo sociocultural (junto con otros factores), la mujer romana se encontraba mucho más privada de libertades y su figura psicológica se fundamentaba en agitaciones emocionales. Sin embargo, algunos autores como Séneca, pese a ajustarse a dicho convencionalismo, insistían en que el hombre y la mujer, al fin y al cabo, son iguales:
¿Qué es el ser humano? Un recipiente quebradizo a cualquier golpe y a cualquier sacudida. ¿Qué es el ser humano? Un cuerpo endeble y frágil, desvalido, indefenso por su misma naturaleza.
Hombres y mujeres estamos destinados a errar y a sufrir vaivenes emocionales. Por ello, conforme su consolación avanza, Séneca sigue reconociendo su «error» al considerar a la mujer como ser humano más débil que el hombre. Para ello, redacta lo que viene a continuación:
Ya sé qué me vas a decir: «Te has olvidado de que consuelas a una mujer, me pones ejemplos de varones». ¿Pero quién ha dicho que la naturaleza haya actuado malintencionadamente con los temperamentos femeninos y haya reducido sus cualidades a un estrecho límite? Créeme, ellas tienen el mismo vigor que los hombres, la misma capacidad para las hazañas elevadas, del mismo modo soportan, si se han acostumbrado, el dolor y la fatiga.
En estos momentos, da ejemplos de mujeres:
¿En qué ciudad, dioses bondadosos, decimos esto? En aquella en que Lucrecia y Bruto derribaron al rey Tarquinio que subyugaba a los romanos; la libertad se la debemos a Bruto, Bruto se la debe a Lucrecia[3].
Solo de una familia te presentaré dos Cornelias. La primera, a sus doce hijos los contempló ella en otros tantos funerales. Sin embargo, a los que la consolaban, les dijo: «Nunca diré que no soy feliz, puesto que he dado a luz a los Gracos». La segunda había perdido a un nobilísimo joven de brillante talento. Sin embargo, se mantuvo firme ante la muerte cruel y además impune de su hijo con tanta grandeza de ánimo como él se había mantenido firme por sus leyes.
Con este texto, Séneca describe a Marcia como la figura de una mujer estoica que, pese a los abatimientos y los dolores emocionales, se dispone a mantener su firmeza frente a las adversidades. En su caso, nada menos que la muerte de uno de sus hijos.
Métodos consolatorios a modo de conclusión:
En este contexto, en Marcia tenemos un ejemplo muy bueno para considerar unas pautas con las que enfrentarnos al dolor:
- Hablar sobre él y prestar atención al nombre y al recuerdo. No lo evitemos como tema de nuestras conversaciones. Más bien halaguemos sus grandes cualidades.
- Llorar cuando lo necesitemos, aunque con moderación. Así nos lo dice Séneca: ¿Qué necesidad hay de llorar cada parte? La vida entera es digna de llanto. Si los hados se dejan derrotar por las lágrimas, derramémoslas; que el día entero se pase entre lamentos; que la tristeza consuma la noche sin sueño la tristeza; que las manos se lancen sobre el pecho desgarrado. Solamente es conveniente que esta violencia no nos saque de quicio.
- Distribuir entre los muchos dolores la fuerza del corazón humano. Somos hombres. Somos mujeres. Todos somos frágiles. Y todos poseemos un corazón capaz de forjarse y ganar resistencia ante cualquier infortunio. Así como hizo Marcia.
[1] Tampoco olvidemos que en la antigua Roma diferentes potestades no dependían solo del sexo, sino también y sobre todo de la clase social.
[2] Sobre la mujer en la Antigüedad y un conocimiento mayor del mundo clásico, recomiendo la lectura de los libros que ha escrito Irene Vallejo.
[3] Tarquinio fue el último rey de Roma. Por motivo de su soberbia, Lucrecia impulsó a Bruto a derrocar su poder y, así, abrir paso a la República.
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