Séneca procedía de un linaje hispano de clase elevada, por lo que sus fondos económicos resultaban envidiables. Asimismo, en su intervención política recibió ingentes bienes por parte del emperador que no pasaron desprovistos de durísimas críticas. Por un lado, Dión Casio consideraba a Séneca precisamente como «un filósofo que criticaba a los ricos y censuraba el lujo de los demás al mismo tiempo que él poseía quinientos trípodes de madera de cedro con patas de marfil para celebrar banquetes».
Tácito nos lo explica también en sus Anales. Ambos tenían razón. Séneca fue multimillonario. Entonces, ¿qué hace un filósofo estoico, amante de la virtud, de la sabiduría, que nunca se deja someter a los vicios ni a las pasiones, con tanto dinero? Aquí es donde hallamos un concepto clave de la filosofía estoica. Las indiferencias —o indifferentia en latín—.
Las indiferencias consisten básicamente en elementos, normalmente materiales, que se pueden poseer, pero no forman parte del proyecto vital del hombre estoico. El proyecto vital de un estoico es alcanzar la sabiduría y cultivar las virtudes.
Todo lo que es ajeno a ello se denomina indiferencia. El dinero, la fama, el poder, los placeres serían indiferencias y las indiferencias pueden poseerse siempre que no corrompan el espíritu ni la esencia humana. Si lo relacionamos a conductas más actuales, un estoico podría tener mucho dinero para un uso correcto de él, como el pago de lo esencial para vivir —comida, agua, hipoteca o alquiler, ropa para no pasar frío, gestionar ahorros, donativos…— en lugar de usarlo para financiar un coche lujoso, un móvil de última generación, una casa de quinientos metros cuadrados, ropa exclusiva de marca, alcohol… De la misma manera el poder serviría para establecer el orden en una nación y consolidar el bien común en lugar de saciar la soberbia y satisfacer el deseo de autoridad. En estos ejemplos diferenciamos, desde la mirada estoica, la virtud y el vicio.
Aunque Séneca tuviera mucho dinero, apenas existen datos que confirmen que le diese un mal uso. Por el contrario, incluso se postula que Séneca donó de sus bienes para reformar Roma tras el gran incendio sufrido en el año 64.
Asimismo, Tácito presenta en su obra un diálogo interesante y emotivo que mantienen Séneca y Nerón cuando el filósofo solicita su retiro por la muerte del otro asesor Afranio Burro. Séneca no ignoraba estas acusaciones de hipocresía lanzadas contra él por «peores gentes» hacia las que Nerón tendía. Cuando solicitó su retiro, reconocía que el emperador le había rodeado «de una gracia ilimitada, de riquezas sin medida», pero que ambos mantenían su prudencia alrededor de toda su riqueza:
Tú la de cuanto un príncipe podía dar a un amigo, yo la de cuanto un amigo podía recibir de un príncipe; lo que de ahí pase hace crecer la envidia.
En este pasaje, Séneca confiesa que necesita ayuda no porque las riquezas lo absorbiesen, sino porque temía quedar sometido a ellas. Por esta razón pidió que su patrimonio se administre entre los bienes del emperador por sus procuradores y solicitó retirarse con el fin de que «el tiempo que tiene reservado para el cuidado de sus jardines o villas lo recupere para su espíritu». Ante estas palabras elogiosas, Nerón reacciona de la siguiente manera:
Con tu prudencia, tu consejo y tus preceptos ayudaste a mi niñez y luego a mi juventud. Y, por supuesto, los favores que me has hecho serán imperecederos mientras dure mi vida; en cambio, cuanto de mí has recibido tú, jardines y rentas y villas, está sometido al azar, y aunque parezca gran cosa, muchos que no tenían en absoluto tus méritos han alcanzado más. Vergüenza me da hablar de los libertos, que a la vista está que son más ricos; y ello me produce, además, sonrojo porque, siendo tú el primero en mi afecto, todavía no superas a todos en fortuna.
Existen algunas hipótesis sobre sus riquezas. Está claro que la posición de Séneca como amicus principis era la causa primaria de sus ganancias y, a pesar de su posesión, el filósofo nunca abandonó sus valores. Para Séneca, las riquezas consistían en indiferencias que podían ser poseídas si el hombre no queda sometido a su dominio ni trata de conseguirlas por medio de artimañas y otras acciones ignominiosas. Esta es la razón de sus críticas dirigidas a otros hombres a través de sus escritos. Es el hombre sometido a la riqueza y no la riqueza en sí la causa de los males.
Bajo el mando de emperadores como Tiberio y Calígula, Séneca pudo observar situaciones en las que el ser humano dejaba a un lado sus facultades racionales con el fin de someterse a la codicia, contando además con el hecho de que, en Roma, ya hacía tiempo que la riqueza se hallaba vinculada a la influencia social y política. De este modo, Séneca intentó enfrentarse a esta situación y limitar la importancia del dinero, intenciones reflejadas en algunos casos como una medida que propuso Nerón al principio de su reinado: suprimir todos los impuestos indirectos. Pero, aunque cumpliese con sus preceptos, él seguía siendo un ser humano imperfecto, por lo que en cualquier momento podía caer en la tentación de las ganancias que recibía en la corte palaciega. En consecuencia, decidió retirarse por completo del poder y cultivar lo más relevante para un estoico: su vida espiritual.
Artículo escrito por Daniel Arenas.
PD: Este artículo pertenece a una serie de 5 artículos relacionados con las contradicciones de Séneca. Aquí te dejamos enlazados los demás. Esperamos que te gusten.
Deja una respuesta