Este fin de semana (6 de febrero) se cumplen 30 años desde la muerte de una filósofa española muy eminente: María Zambrano (1909-1991). Una mujer que vivió los años de una España bélica, en crisis de posguerra y periodo franquista. Una filósofa que conoció al gran poeta Antonio Machado y fue discípula del pensador José Ortega y Gasset. Una filósofa que, como Séneca, fue condenada al exilio.
Comienzo este artículo hablando de María Zambrano por un motivo en especial: se propuso redactar algunos ensayos sobre el pensamiento de diferentes personajes ilustres: Galdós, Nietzsche, Platón… Pero de ellos solamente comentó algunos aspectos sobre algunas de sus obras. Llamémosles apuntes seleccionados. Séneca fue el único escritor sobre el que redactó un ensayo monográfico: El pensamiento vivo de Séneca. Esta monografía, publicada por primera vez en Argentina y desconocida en España entre los años 60 y 80 (cuando llegó, de nuevo volvió al olvido), ofrece un análisis de la figura que Séneca fue para María Zambrano. Para ella, Séneca fue polifacético. En su honor, con placer comento algunas breves descripciones que ella nos ofrece sobre nuestro gran pensador estoico.
Séneca en su faceta política
En la política fue donde Séneca fracasó. Y fracasó porque su pensamiento político se basaba en una reforma tras vivir periodos de tiranía despiadada. Así nos lo comenta Zambrano:
Un intelectual es siempre un reformista, pues su razón de ser no es otra que la necesidad de una reforma, en la que a veces resulta comprometido [y arriesgado, añado yo] el mismo principio que trata de defender. Porque el intelectual se dirige al mundo para moldearlo partiendo de un principio, se llame razón o libertad, para negociar en su nombre con el poder contrario que gobierna. Y cuanto más contrario sea el poder, mayor es la tentación que algunos sienten de intentarlo.
Así es. La próxima semana publicaré un artículo sobre el concepto político del estoicismo, aunque hago un adelanto. Para Séneca, como los estoicos, el hombre sabio debe participar en el poder, porque no se puede ir a pactar con el poder sino solamente cuando se está dentro de su recinto. Séneca así lo decidió y le supuso la muerte.
Séneca en su faceta de padre
Cuando lees los libros de Séneca, lees cartas como si te estuviese hablando un padre. Pero no solo un padre biológico, sino también padre espiritual. Por ello, el estoicismo de Séneca sirvió de referente para la doctrina cristiana:
De la cultura, del derecho, de la ciencia, del saber y de la moral, de la religión; un padre tiene que estar dentro de todo eso y serlo para el hijo, representarlo tan verídicamente que se confunda con ello mismo, que sea su encarnación y como su prueba real y viva. Un padre tiene que tocar íntimamente a esa rebeldía del que no está todavía moldeado ni formado.
La paternidad que Séneca plasma en sus textos es la escritura de sus obras en un lenguaje cercano que, cuando nos habla, sentimos que está delante de nosotros. Sentimos que está dentro de nosotros. Sentimos que, cuando nos encontramos tristes, él nos viene a consolar. Cuando sentimos un vacío, él acude a nosotros para reencontrarnos con nuestro sentido de vida. Sentimos que, cuando erramos, él viene a corregirnos y a recordarnos que somos humanos. Como dice María Zambrano, cuando estos padres no existen, el hombre se siente desamparado. Es, sin duda, el mal de nuestros días, el más terrible pecado del intelectual moderno, que no ha sabido ser padre de los hombres de su tiempo, que no ha sabido engendrarlo, tal vez porque no ha sabido engendrarse a sí mismo. Séneca vivió en tiempos de ignominia y precisamente de ahí mismo sacó fuerzas para ejercer su paternidad para engendrar en las humanas criaturas una armonía.
Séneca en su faceta de médico
Los maestros estoicos ya lo comentaban: los seres humanos ya nacemos enfermos. Pero esta enfermedad se basa en dos pilares: en el desconocimiento de la verdadera realidad y el desconocimiento de nuestro auténtico yo. En la actualidad, vivimos en una constante mentira. Con textos, imágenes y vídeos, los medios de comunicación y las redes sociales esconden los verdaderos secretos y demonios de los que escapamos las personas. Y, precisamente, Séneca sostiene lo contrario:
Este mal que te asusta, si empiezas a escabullirte, te seguirá y se abatirá sobre ti con mayor fuerza; pero si te enfrentas con él y te animas a resistirle, lo vencerás.
Nacemos enfermos porque nuestro cuerpo y mente carecen de la firmeza necesaria para enfrentarnos a las cosas que forman parte de la vida. Por esta razón, Zambrano considera a Séneca como un médico espiritual, un curandero de la filosofía que nos obliga a estar despiertos.
¿Y cuál es el último?
La última faz que Zambrano atribuye a Séneca es la siguiente: hombre. Séneca hombre. Séneca fue un ser humano ante que cualquiera de las cosas anteriores. Fue un hombre al que le fue concedido el tiempo necesario para acabar su figura y llegar a la perfección. Éxitos, fracasos, aciertos, errores, vicios, virtudes… Séneca tuvo de todo. Séneca ocupó dos labores al mismo tiempo: médico y enfermo, padre e hijo, confesionario y confesor. En sus obras, va revelando su propia alma, sus secretas luchas, sus callados combates. Las palabras de Séneca son armoniosas porque habla en lugar de escribir, porque nunca dogmatiza, porque sus textos no son una «filosofía de manual». Sus textos son una respuesta cuando gritamos en busca de auxilio. Cuando tenemos en nuestras manos sus obras, las tenemos porque las estábamos buscando.
Ahora, dime si crees de verdad lo que voy a decir…
Séneca escribió sus textos porque sabía muy bien que lo leeríamos dos milenios después. ¿No lo crees? En una carta, Lucilio le pregunta a Séneca por qué razón se retiró de la vida política y se alejó de la sociedad cuando los estoicos defienden el morir en medio de la acción. Séneca dio su respuesta:
Me escondí y cerré las puertas con el fin de ser útil a muchos. Ningún día transcurre para mí inactivo: reservo al estudio parte de la noche; no me entrego al sueño, sino que me rindo a él y trato de mantener despiertos los ojos fatigados por la vigilia.
Me he apartado no solo de los hombres, sino de los negocios y principalmente de mis negocios: ahora me ocupo de los hombres del futuro. Redacto algunas ideas que les puedan ser útiles, les dirijo por escrito consejos saludables. El recto camino que descubrí tardíamente, cansado de mi extravío, lo muestro a los demás.
Solamente puedo dar las gracias a la existencia de maestros como él. Para concluir este artículo, querido lector, querida lectora, te propongo un reto como he prometido: habla con Séneca en su tratado Sobre la tranquilidad del ánimo y, cuando acabéis de hablar, escríbenos sobre tu experiencia.
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