Introducción
Con la sabiduría, la justicia y la fortaleza, solo falta una para poseer a nuestro alcance las cuatro virtudes canónicas del estoicismo: la templanza. Dicha virtud, también denominada moderación, ha cobrado mucho protagonismo en las obras de Séneca. Sin embargo, en su carta 88 la define con claridad:
La templanza gobierna por encima de los placeres. A unos los aborrece y repudia, a otros los regula y dirige a su justa medida y nunca se aproxima a ellos por motivo de su ser[1]. Sabe que la medida óptima de los deseos es no tomar en proporción a lo que quieres, sino tomar en proporción a lo que debes.
La temperantia o templanza
Este significado de la última virtud estoica reside de nuevo en el tratado Sobre los deberes de Cicerón: «Nos falta por tratar de la última parte de la honestidad, en la que se observa el comedimiento y cierto ornato de la vida, la templanza y la moderación, así como la calma de todas las perturbaciones del ánimo y la justa medida en todas las cosas».
En este concepto, Cicerón plantea algunas acciones procedentes de una actitud templada: pensar y hablar con prudencia, actuar con consideración y atenerse a todo lo que hay de verdad en las cosas. Por ejemplo, pensar y hablar de forma asertiva ante una ofensa —es decir, sin juicios que carezcan de rigor, lo cual sería contrario a pensar y hablar de forma precipitada—, analizar bien una situación antes de actuar como pensar si necesitamos algo antes de comprarlo y atenernos a las restricciones de la pandemia serían muestras de esta virtud.
De una forma resumida, para Cicerón la templanza consiste en que los sentimientos del alma están acomodados a las directrices de la naturaleza racional y social. Tal como él explica, dos son las fuerzas naturales del alma: 1) una es el apetito, correspondiente a ser arrastrado de unos deseos a otros, 2) otra la razón, fuerza que nos enseña y explica lo que se ha de hacer y lo que se ha de evitar. Entonces, la templanza se basa en que la razón mande y el apetito obedezca. De esta manera, a la hora de actuar, nuestro deber es calmar los apetitos y tener un diligente cuidado en hacer todo con consideración, sin temeridad y de forma no negligente.
Cuando se investiga sobre cualquiera de los deberes hay que tener presente cuánto aventaja la naturaleza del hombre a la de los animales domésticos y de las demás bestias. Estas no sienten más que el placer y hacia él son arrastradas irresistiblemente, la mente del hombre, en cambio, se nutre aprendiendo y meditando.
Parece una explicación sencilla. Y lo es. La templanza no es nada más que hablar y actuar siempre mediante la razón, imponiéndose ella misma a nuestros deseos y aversiones. Resulta simple, pero es muy crítica porque el incumplimiento de dicha virtud irrumpe el cumplimiento de otras. Por ejemplo, podemos cometer injusticias o carecer de la fortaleza necesaria porque hemos decidido dejarnos llevar por nuestras apetencias en lugar de trabajar nuestro ánimo.
En resumen, la templanza es la virtud de un ánimo no que obra, sino que sabe cómo obrar rectamente; de un espíritu no que piensa, sino que sabe cómo pensar con acierto de manera cautelosa. Es un espíritu que contiene sus deseos tanto buenos como malos para pensar y actuar en consonancia con el resto de las virtudes estoicas.
Cómo practicar la templanza
Si acudimos a ejemplos propios de un estilo de vida extremadamente hedonista, podemos encontrar varios de ellos para practicar la templanza. Es posible practicarla desde casos muy simples hasta situaciones mayores:
– Alimentación focalizada en la salud y en la fuerza, no en el placer.
– Invertir dinero en necesidades primarias como agua, comida, luz y otros sustentos, en lugar de viajes y caprichos innecesarios (y mucho menos cuando no nos los podemos permitir).
– Abstenerse de forma provisional a reuniones y celebraciones masivas a causa de la pandemia vigente.
– Avanzar hacia tus proyectos para dar sentido a tu trayecto vital y no por mero deseo de fama, poder o riqueza.
– Aceptar y superar situaciones difíciles mediante la meditación, buena compañía y tomándolas como maneras de aprender en lugar de buscar modos de evasión basados en consumo de alcohol, drogas, ludopatía, etc.
– …
A modo de conclusión…
Tomando la práctica de estas virtudes, como dice Cicerón, nos mantendremos posicionados en el recto camino y conseguiremos la natural perspicacia y agudeza de la mente (sabiduría), una conducta conforme a la convivencia civil (justicia), la fuerza y el vigor de carácter (fortaleza) y el orden jerárquico entre los sentimientos del alma y la razón (templanza).
Si se nos concediese contemplar el alma de un hombre virtuoso, ¡qué imagen tan bella, tan venerable, tan espléndida por su nobleza y apacibilidad descubriríamos, al mismo tiempo que de un lado brillaría la justicia, de otro la fortaleza y de otro la templanza y la prudencia! Séneca
LAS TRES VIRTUDES RESTANTES
La sabiduría. Primera virtud estoica.
La justicia. Segunda virtud estoica.
La fortaleza. Tercera virtud estoica.
[1] Una traducción literal sería: «nunca se aproxima a ellos por motivo de sí mismos». Con estas palabras Séneca se refiere a que la templanza nunca acude a los placeres por el hecho de ser placeres, sino que, si acude a ellos, es debido a un motivo completamente ajeno al de ser placeres. Equivale, dicho de otra forma, a no acercarse a los placeres «porque sí».
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